Sucedió que luego de probar hacer mis primeras muñecas articulables y con unos hermosos pies de princesa de cuento, se me ocurrió que podían ser mejores, entonces aprovechando que mi hija me pedía que le haga para ella por lo menos una (yo no estaba muy convencida de que pudiera darle un trato que resista, aún es pequeña) me lancé a probar un nuevo estilo mucho más detallado que las muñecas articulables grandes que había hecho.

Esta nueva muñeca debía tener cabello real y no hilos (tan fácil que era coser los hilos a comparación de los cabellos), debía poder girar la cabecita y lucir una mirada más sentimental, sería más pequeña pero más hermosa. Trabajé de nuevo sin descanso, incluso cosía en mi cama hasta más de la medianoche, hasta que logré coser el último cabellito y la muñeca recién nacida me miraba con sus ojazos, de nuevo me pareció que tenía mucho frio.

En la mañana le hice su vestido, que es exactamente igual al que le había hecho a mi hija unas semanas antes, le puse medias pero no logré hacerle zapatos aún, pero a mi hija le encantó y siempre me pedía que le haga más ropitas pero aunque me avergüenza confesarlo, nunca logré hacerme con el tiempo para darle otra muda de ropa... aunque esperaba hacerlo en algún momento. Y aunque siempre sentía que debía ser molesto estar siempre con el mismo vestido.

Al cabo de varias semanas, Lucy vivía en uno de los estantes, mirándome cada vez que la encontraba y recordandome cómo de emocionada me sentí al terminarla y ver que me había superado al trabajar más duro con ella.

Meses después me la encontré en un cajón, por lo visto mi hija se dio cuenta que no iba a tener más vestuarios y cuando una muñeca no tiene con qué más cambiarse, sé que fácilmente pierden su gracias. La tomé y pensé que de todas formas, mi hija tiene otros gustos y que me quedaba una deuda pendiente con ella, era casi como dejarle una nota que diga "pagaré: vale por un juguete que sí te guste".